El lector experto se opone al lector ingenuo (Mignolo, 1978) y se caracteriza por una serie de estrategias para abordar y sacar el máximo partido a un texto. El lector experto sabe acceder no solo al sentido literal de un texto, sino a otras posibles lecturas: puede leer entre líneas, hacer inferencias, conjeturas y proponer conclusiones que sinteticen una cantidad considerable de información, como suele ocurrir en los textos, dada su linealidad. Es capaz de resumir, completar o formular previsiones y es consciente de lo que sabe hacer (metacognición), frente a la indefensión que siente el lector ingenuo ante un bloque de texto que recorre como si estuviera en un carril único. Sobre todo, el lector experto sabe proyectar sus conocimientos y experiencias previas, es decir, adaptar el texto a su propio perfil de conocimientos e intereses.
Debemos al semiólogo W. Mignolo (1978: 91) una primera aproximación a las categorías divisorias lector ingenuo y lector experto, o lector incauto y lector competente, si se prefiere, que es tan esclarecedora de cara a la educación lectora que tienen que transmitir los futuros profesores. Es imprescindible que estos sepan reconocer una serie de pautas diferenciales en la forma de abordar un texto:
Parece claro que el objetivo básico es llegar a conseguir que los lectores ingenuos pasen a formar parte del grupo de lectores competentes, polivalentes y expertos, y se conviertan de esta manera en lectores polivalentes, lectores capaces de disfrutar y acceder igualmente a los nuevos alfabetismos. Se trata de una redefinición del perfil del lector. Este lector polivalente, estudiado también por Rösing y otros (2009), deberá poseer aptitud para variar los modos de leer: realizar lectura en voz alta, rápida, selectiva, lenta, en profundidad..., es decir, convertirse en un lector que sepa adaptar su modo de leer a su proyecto vital, a la situación de comunicación y a los textos que confronta. En suma, un lector cuyo perfil sea el de saber apropiarse de los tipos de textos y de escritos más diversos: literarios, científicos, técnicos, utilitarios, sociales..., así como de los más variados géneros o soportes.
Es necesario enseñar estrategias de comprensión, porque se trata de promover lectores autónomos, capaces de enfrentarse de manera inteligente a textos de muy distinta índole, la mayoría de las veces distintos de los que se usan cuando se instruye. Inducir lectores autónomos significa también hacer lectores capaces de aprender a partir de los textos. Para ello, quien lee debe ser capaz de interrogarse acerca de su propia comprensión, establecer relaciones entre lo que lee y lo que forma parte de sus propios conocimientos y experiencias, cuestionar sus conocimientos y modificarlos, establecer generalizaciones, etc. Tales mecanismos deberían permitir al alumno la planificación de la tarea general de lectura y su propia disposición ante ella (motivación, disponibilidad), así como facilitar la comprobación, la revisión y el control de lo que lee y la toma de decisiones adecuada en función de los objetivos que se persigan. Más que establecer un listado o protocolo de estrategias, interesa que los alumnos sepan utilizar las estrategias adecuadas para el caso, ad hoc.
Adiestrar en una lectura entre líneas
Activar el conocimiento previo es un mecanismo imprescindible, pues cuando un escrito es ya conocido, el lector no tiene que hacer ningún esfuerzo para comprenderlo. De tal modo que, si el texto es legible y el lector posee un conocimiento adecuado sobre él, hay muchas posibilidades de poder atribuirle significado. Para todo ello hay que fomentar lo que denominamos «leer antes de leer», dando alguna información general sobre lo que se va a leer o bien ayudando a los alumnos a fijarse en determinados aspectos del texto: ilustraciones, títulos, subtítulos, subrayados, tipos de letras, etc., que pueden activar sus conocimientos previos, animándolos a que expongan lo que conocen sobre el tema. También es básico establecer predicciones sobre el texto, pues toda lectura es un proceso continuo de formulaciones y verificaciones acerca de lo que sucede en el mismo, pero también es posible hacer predicciones antes de la lectura. Hay que ayudar al lector a utilizar simultáneamente distintos indicios: títulos, subtítulos, ilustraciones, lo que ya se conoce del autor, escenario, personajes, acción, resolución, etc. En este sentido, es muy pertinente promover las preguntas de los alumnos acerca del texto. Se trata de una estrategia esencial para una lectura activa si se utiliza no solo como actividad de evaluación, para saber qué han comprendido o recuerdan los alumnos. Un lector que sea capaz de formularse preguntas pertinentes sobre un texto está más capacitado para regular su proceso de lectura y podrá hacerla más eficaz. Los profesores deben dedicar una parte de su tiempo docente a formular preguntas a sus alumnos sobre el texto y estos a responderlas.
Por ejemplo, la lectura del poema de Antonio Machado La plaza tiene una torre puede ser un buen ejemplo de las distintas estrategias que cada lector suele aplicar y del resultado contrapuesto de las mismas; el lector ingenuo a menudo se ve abocado a una lectura banal o anecdótica del texto, mientras que el lector experto es capaz de aplicar lecturas entre líneas, a partir d e inferencias y de datos que puede cotejar para construir sentidos alternativos al literal, a pesar de la simplicidad del texto. Un buen lector no se conforma con una lectura rápida o literal de este texto, es decir, no se fía de las apariencias, en este caso, una anécdota banal, una mujer que es arrebatada de una plaza por alguien. Con todas estas pistas nos vamos acercando a esa lectura entre líneas, a una lectura polisémica, nos damos cuenta de que el poeta se ha inspirado en el folclore tanto general (el tema de la dama en la torre) como infantil (el ritmo de encadenamiento, los cuentos de fórmula, las repeticiones de las nanas, etc.). Al final queda en el aire una gran ambigüedad o desconcierto, podemos hacer una lectura optimista: la dama es como Penélope, cuando se va con el caballero se lleva también todas sus raíces, sus recuerdos, sus cosas, y en ese caso, torre, balcón... son metáforas. Podemos también hacer una lectura más destructiva, y entonces el caballero es un raptor o incluso la personificación de la muerte o del tiempo que no deja nada a su paso, y la dama, con la belleza que representa la flor, es el símbolo del ser humano frágil que tiene (en el sentido del francés de tener cogido) cosas que le han de arrebatar un día. Es así como llegamos a un sentido figurado y, por tanto, a la captación de posibles símbolos y metáforas contenidos en el poema.
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